Y es que en nuestros juegos de mesa no solo nos dedicamos a lanzar los dados y depender del azar. Cada casilla es un reto que debemos superar, bien sea buscando un objeto perdido, convenciendo a la bestia para que nos deje pasar, adivinando el acertijo correspondiente para conseguir la llave, creando figuras con baritas mágicas de neón, encontrando una figura en un caleidoscopio, hundiendo una bola mágica en el oceáno, escapando de las garras de Grifo y creando una pózima secreta, o convirtiéndonos en el mismísimo mago de Griffindor.

A veces, comenzamos la creación de nuestros juegos inspirándonos en un libro. Lo leemos a fondo, lo comentamos, compartimos lo que más nos ha gustado o lo que menos y estudiamos cada personaje, cada escenario.

De esta forma nuestros alumnos dejan de ser alumnos y se convierten en unos devoralibros insaciables que necesitan leer y leer para seguir creando. 

Una vez que tenemos claras las ideas, nos ponemos manos a la obra y lo que iba a ser un juego basado en un libro, de repente se personaliza y el gato con botas se convierte en el Ratón Cara Cartón o la princesa de moda en una valiente dama que va a salvar a su mascota. 

Todo cuenta, todo vale, menos la envidia y la rivalidad. 

Pero para llegar a este nivel, anteriormente hemos tenido que practicar mucho con juegos más sencillos donde trabajaremos la lócico-matemática, la lecto-escritura, la visión espacial...  y no por ello vamos a ser menos originales, ya que ¿por qué un tres en raya tiene que estar hecho de plástico y sus fichas tienen que ser círculos o cruces?